lunes, 13 de julio de 2020

El día que me entregaron el primer ejemplar de Sábanas de viento, fui hasta la Plaza San Martín y me quedé ahí, llorando de la emoción. No podía creer que mis poemas, al fin, tenían su lugar. La plaza, en esos años, fue un lugar esencial, de refugio. Cuando salía de trabajar, en la madrugada, me daba una vuelta. Pasar de los ruidos infernales de los palos de bowling a la quietud de la plaza era una experiencia, realmente, fascinante. Me quedaba un rato sentado y luego volvía al mundo, como canta Silvio.
Hoy se cumplen 14 años del gran llamado, y pienso que algo de mí quedó ahí, entre el murmullo que deja el viento y el hombre que señala el horizonte.

NOTA. La fotografía me la tomó un vecino, el día que fui a retirar los 500 ejemplares. El premio más lindo del mundo, le dije al querido Cablín.