martes, 25 de noviembre de 2008

HABLADURÍAS CON EL POETA

La siguiente entrevista fue extraída del suplemento Anexo Café del diario La Opinión Austral, en su edición del sábado 22 de noviembre del 2008. Agradezco al entrevistador y al entrevistado el permitirme publicarla. Gracias Cacho! Gracias Carlitos! Gracias León!

¿A quién le habla Besoaín?

No contaba veinte años cuando ganó un concurso organizado con motivo del aniversario de la ciudad. “Susurros para llevar en la media”, primera obra de Carlos Besoaín, fue editada en 1988. Hoy, a ese poemario juvenil lo califica “malo”. Su nombre está vinculado al de la literatura provincial, pero no sólo porque es un autor notable, versátil y prolífico, sino porque ayuda a quien quiera ser asistido en el mundo de la escritura. Un recorrido a su historia, a su forma de ver el arte de escribir. Planes, poemas, historias, embrollos y algunas consideraciones sobre el ser patagónico.

Carlos Besoaín llegó a nuestra ciudad el 26 de agosto de 1970. Tenía cinco años y recuerda que había caído casi medio metro de nieve. Con su madre, cuenta, llegaron de Punta Arenas, “con una mano atrás y otra adelante”. Más tarde, se sumaría su padre “de crianza”, Jesús Natalio Giménez, “el poeta de la bici”.

Posiblemente, con el amanecer del 27 de agosto, el día después, haya comenzado a gestarse esta entrevista o al menos una parte de ella.
Es que Carlos tiene arraigado este suelo. Lo lleva en la sangre, en la voz y en el papel. Esta tierra lo ha llevado a esos lugares en donde las preguntas son parte del paisaje desierto y desolado. Y la noche lo fue embriagando, acercando al mundo de las letras, de la palabra, de la escritura.

Carlos es un tipo que hace años aceptó el desafío de hacer lo que esté a su alcance para saber de qué se trata, cómo actúa, cómo es, y hasta cuántas caras puede tener esa bestia que en el transcurso de las próximas líneas iremos conociendo.

Un rincón de lectura, de charlas, de amigos…

Nos sentamos a conversar alrededor de un par de mesas dispuestas en un rincón de la Biblioteca “Juan Hilarión Lenzi”. Detrás de unas estanterías funciona una suerte de consultorio de escritores.
Es una forma de decir, lo que sucede es que por allí han pasado unas cuantas personalidades del mundo de las letras de nuestra ciudad y provincia.
Comenzamos el diálogo hablando de La Nave de la Inmensidad, un libro en donde Besoaín escribe sobre Río Gallegos. Suerte de trabajo con características históricas aunque con sello propio.

LOA: “La Nave” difiere del resto de tu obra, ¿cómo fue hacer ese libro?

Carlos Besoaín: No creo que difiera mucho en realidad. Lo que sucede es que la gente no dimensiona lo que yo tengo en la cabeza. Y yo tengo un plan, por eso mi exigencia es total hace 27 años. Esto siempre se lo digo a mis alumnos, todos los días estudio escritura. El mecanismo, el mundo de la escritura. Y utilizo a propósito la palabra escritura y no literatura porque la mía es una postura más militante. De hecho, doy un taller de escritura no de literatura y la diferencia es abismal. El taller literario es más para el lector, que me encanta que así sea y me parece fabuloso que existan, porque son maravillosos espacios de encuentro, donde se hace catarsis recíproca. Pero el taller de escritura me gusta más, porque se confronta directamente con el problema que ofrece el alfabeto escrito, que es intrínseco, laberíntico, enigmático. Algunos escritores cubanos exiliados en Francia lo llaman “la bestia”. Entonces, “hay que dominar a la bestia”, les digo siempre a mis alumnos. Yo llevo 27 años de trabajo y todavía no lo puedo hacer. La escritura es sumamente dificultosa. Entonces, voy al hecho de que cuando me propuse hacer algo, me propuse hacer lo mejor. Si no, no lo hago. Y quiero hacer una escritura de corte universal, que mis obras sean universales. Entonces, las ediciones que van saliendo forman parte de un proyecto de carácter universal que va de acá a 15 años. Si Dios me da salud, voy a poder concretar mi plan. He hecho trabajos todos los días, por ahí, puede que no llegue a concretarlos, pero quiero eso: quiero escribir una obra de carácter universal.

LOA ¿Cómo sería escribir una obra de esa naturaleza?

C.B: Mi paradigma es “El Principito” (Antoine de Saint-Exupéry); “El Profeta”, de Kalhil Gibrán; “Crimen y Castigo”, de Dostoievski. Ese tipo de escritura. “Las Alturas del Macchu Picchu”, de Pablo Neruda. Yo menos no quiero. Si no, no me pongo a trabajar y me dedico a otra cosa. Esos son los parámetros, pero de una obra propia, de propio distintivo y sello. Si no, me parece que no vale la pena.

LOA: ¿Qué tan lejos estás?

C.B: Ya te digo, diez o quince años más de trabajo. Que es mucho tiempo.

LOA: En el medio pasan otras cosas…

C.B: Yo tengo un proceso literario en la cabeza y a medida que van pasando los años las obras forman parte de ese proceso. Hay un plan. Yo no me muevo sin un plan, soy muy europeo en eso. Y mis planes son a largo plazo. Los tengo para mañana, para el año que viene y para diez años. Por ejemplo, ahora voy a encarar una obra de un nivel muy exigente, que supere a la Nave de la Inmensidad, a la obra poética que tengo publicada, a los artículos periodísticos. Empiezo con novela y cuento. Hace 23 años que estoy armando una novela, pero “¿por qué me llevó tanto tiempo?”, porque cuando comencé a escribirla tenía cientos de ideas pero me di cuenta que, cuando armaba una escena, no era creíble, porque no sabía nada de la vida. Mis personajes interactuaban y eran huecos porque el tipo tenía 400 matices ausentes porque la gente no era así como yo la ponía en el papel. Después, me superó la técnica del diálogo, la técnica de la descripción, de la limpieza narrativa. Las oraciones no eran limpias y cualquier otra cantidad de cosas. Las escribía como buen aficionado, mezclando los tiempos verbales. Me comía palabras, letras. Esas cosas no pueden suceder. Y siempre atacaba el núcleo, el centro de la dificultad. Si, por ejemplo, me costaba construir oraciones con claridad escribía cuatro mil oraciones con claridad. Primero a mano, después en máquina de escribir y luego en la computadora. Se trata de un dominio de la técnica, de una búsqueda de la innovación de una forma propia permanente. Si se va a dedicar a la escritura creo que hay que dedicarse con esa pasión. Todo ocupa lugar en el universo, estamos alimentándonos con comida con la que se puede nutrir otra persona. Entonces, que todo valga. Yo estoy ocupando un lugar, pero tengo que ser digno de ese espacio y lugar. Y si voy a ocupar uno en la esfera literaria de mi provincia, de mi comunidad, por lo menos tengo que trabajar seriamente, aunque sea para justificarme.

LOA: ¿Hay alguien que lo haya hecho en nuestra provincia?

CB: El “Lobo” Peña es nuestro máximo referente. Hoy mi objetivo, como me parece que tienen que hacer todos los narradores, es tratar de superar a Héctor Rodolfo Peña. Y el paradigma poético clásico en la provincia es Flora Rodríguez de Lofredo, que tiene seis o diez poemas que son maravillosos. Ellos son nuestros clásicos. Lo bueno que hicieron, al ser pioneros, fue crear una base para que nosotros podamos apoyar el pie. Pero hay que apoyarlo para saltar por encima de ellos. Y nosotros algún día seremos un escalón donde otros puedan apoyarse para que salten hacia arriba. Esto es una búsqueda ascendente porque estamos luchando contra la materia, contra las adversidades, la indiferencia social.

LOA: Y después del “Lobo” Peña y de Flora Rodríguez de Lofredo, ¿quiénes están?

C.B: Hay gente muy interesante en la provincia. Tenemos un muy buen ensayista que es Horacio Lafuente, que forma parte de esa generación. Héctor “Coco” Fadul, muy buen narrador. Está Elpidio Isla, que vivió muchos años en Caleta Olivia, tengo entendido. Es un tipo que ha editado revistas. Gente muy interesante, entre muchos. Después, en crítica literaria tenemos a Claudia Sastre, en Puerto San Julián. Entre mucha otra gente del grupo Unicornio, Nory Fueyo, es muy interesante. En Puerto Deseado está Marina Pacheco Ruiz, que es una poetiza de alto nivel. Tenemos dos buenos prosistas en Los Antiguos, Juan Jiménez y Julio Benítez. Después, hay un poeta escondido impresionante que es Sebastián Tresguerres, muy bueno él. O un monstruo como Jorge Curinao, acá en Río Gallegos, que es cosa seria. Después, hay una chica que es un prodigio, Tatiana González. Escribe muy bien y no debe tener 22 años.

LOA: Conocés mucho de lo que sucede en la provincia a nivel autores…

C.B: Por mi función. Yo doy un taller de escritura en la Subsecretaría de Cultura pero también hago gestión editorial. Soy coordinador en el área de letras a nivel provincial. Conozco la realidad.

Introducción a los libros

Besoaín escribe desde muy pequeño forjando el oficio de trabajador de los sueños. Y tiene observaciones para ese pequeño que fue y que hoy está falto de osadía aunque sumergido en mayor experiencia. Carlos prefiere eso, la experiencia.

LOA: ¿Cómo te fuiste metiendo en el mundo de los libros?

C.B: Fue muy misterioso. Pero digo, mi vida no tendría sentido si no tuviese sueños. Y soy un tipo totalmente irreal, que está bajando a tierra, muy trabajador, pero que no puede vivir sin sueños. No puedo considerar que la vida mecánica de todos los días, la del cuerpo, es la vida con mayúscula, creo en el mundo del espíritu y en los sueños. Dejé de jugar a la pelota, que es un sueño, y salté directamente a la poesía, que es otro sueño. La poesía me llevó de la mano a todo el mundo literario. Yo quiero escribir algún día todos los géneros; de hecho, estoy escribiendo guiones, explorando en comic, en el cine. Nada de lo que se ha escrito quiero que me sea ajeno. Y ya en el año 1986 trabajaba en el Hotel Comercio, hacía limpieza, era lavacopas. Trabajaba en el sótano y tenía 18 años. Nunca quise estudiar. Eso fue una postura. Lo que pasa es que fue terrible no estudiar. Aconsejo a todos que estudien para que las cosas sean más fáciles, porque tuve que hacer el mismo camino pero más largo. Dejé en la secundaria, pero no quise ir a la universidad porque nunca me interesó cómo se enseñan las letras en la universidad. O sea, la universidad está buenísima para aprender la teoría pero no para la escritura. No tiene nada que ver con la escritura, y yo siempre renegué de los sistemas de educación. Creo que no son para el desarrollo del ser humano los actuales. Creo en una Argentina que tenga un sistema educativo que libere al hombre, que lo haga hacerse más preguntas que respuestas. Entonces, estando fuera de la secundaria, me puse a tener mi autonomía económica y cuando terminaba de trabajar, salía en la madrugada. En mi pieza escuchaba música en discos de vinilo, escuchaba a Piazolla, Vivaldi, Beethoven. Fui amigo de un muchacho que heredó la discoteca de “Tuky” Williams, entonces, escuchábamos eso. Fumaba, tomaba mate y escribía hasta las ocho de la mañana. Y en cinco días sale “Susurruos…”.

LOA: ¿Recién comenzabas a escribir?

C.B: No, desde los catorce escribía. Tenía kilos de poemas. En realidad, siempre fui muy prolífico. Para mi novela tengo 20 centímetros de hojas escritas. Escribo mucho para editar poco.

LOA: Y supongo que fue todo un despertar…

CB: Sí. Yo creo que viene con la pubertad. Fue un despertar atroz porque era un niño que me reía todo el día, que jugaba a la pelota y la vida me era fácil. Y después, entré a alejarme de mis amigos, a ponerme taciturno. Un día escuché el viento que zamarreaba el techo, como un temblor, y ahí empecé. Le escribía a esa fuerza. Tengo el poemario todavía, que son poemas terriblemente atroces, malos, pésimos los de “Susurros…”.

LOA: ¿Tan así?

CB: Sí, sí. Malo. Pero es muy interesante esto porque al principio uno pone mucha energía pero poca técnica. Se hace el osado, cree que todo lo puede. Con los años ya le ponés muy poca energía, es decir la dosificás mucho, pero a la vez mucha técnica. Entonces, si yo pudiera tener la misma energía y osadía de cuando empecé a escribir, ahora, que tengo un cierto dominio técnico, sería interesante. Pero he perdido la frescura, la osadía, aunque he ganado muchas otras cosas también. Yo creo que el hombre, cuando tiene 14 años, no es muy terrenal. El espíritu, y yo creo en estas cosas, no termina de bajar. Ahora está lindo eso, porque uno es como un barrilete. Y siente algo parecido a lo que puede sentir un pájaro cuando vuela, que es la libertad. Pero está bueno poner los pies sobre la tierra porque el mundo y el universo es predatorio, entonces necesitás experiencia para sobrevivir. Entonces, prefiero esto y no lo otro. Porque lo otro te expone mucho. Es mejor en la experiencia el mundo. Es como dicen los muchachos, es “un mundo difícile”. La experiencia te da maña. Yo prefiero el dominio de las energías a que todo suceda porque sí. He sufrido demasiado con el azar y la falta de experiencia.

LOA: Llegó Susurros, la obra fue editada, ¿y a partir de entonces?

C.B: Fue tremendo porque, te cuento una anécdota que nunca la había contado, es que nunca me habían preguntado sobre “Susurros”. Resulta que yo había firmado el material con el seudónimo Angel de la Callejuela. Entonces, en el ambiente literario, de las popes de Santa Cruz, se empezó a correr un rumor: “Che, viste que ganó un tal Angel de la Callejuela, pero resulta que perdieron el sobre con los datos del autor, y nadie sabe quién carajo es”. Y así iban tirándose nombres y nadie podía descubrirlo. En ese tiempo estaba Ginesa Ramos, por otro lado qué buena poetiza. Y me acuerdo que decía “tenemos que encontrarlo porque hay que hacer el acta”. Y, no recuerdo exactamente, pero creo que fui yo quien tuvo que dar el seudónimo y decir cómo se llamaba la obra, en fin. No me acuerdo con claridad, hace tanto tiempo. Ellos quedaron impresionados porque era muy pibe. Y para mí fue muy significativo.

LOA: Y luego te fuiste de la ciudad…

CB: En 1988 (el libro sale editado al comenzar ese año) surge la posibilidad de ir a la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, a presentar este material. Y ahí me quedé dos años, hasta 1990. Me quedé militando para el Partido Humanista. Porque había conocido un pintor que era de ese partido y milité allá, fue terrible. Después volví, ya con un texto muy extraño que terminó siendo “Cama de hierba”, que gana en la Selección “Mi primer libro” y que es muy extraño…

LOA: Los poemas cortos…

CB: Sí, los micropoemas…

LOA: ¿Se llaman así…?

CB: Estuve muchos años buscándole la forma a ese libro y cuando lo terminé me enteré que lo que estaba escribiendo eran micropoemas. O sea, la moda trajo esa definición, pero yo me había pasado quince años escribiendo ese tipo de textos. De ese trabajo se desprenden “Cama de Hierba” y “La Rueda Transparente”, que es lo último que hice. Pero llegamos junto con la moda. Y el que peleó como un león fue Carlos Pérez, el poeta, a él le debo esa edición. Ahora vive en Puerto Madryn, pero él fue quien defendió ese libro. Su postura fue que la obra podía combatir, dar pelea, en algún certamen nacional, por ejemplo. “Mi primer libro” permite la participación de las obras que han sido editadas como parte de un premio literario. Lo que no te permite son ediciones independientes y pagadas por entidades u otros. Eso es lo bueno que tiene. Es algo extraordinario, porque es una selección que te permite premios de publicación. De todas formas, esa obra la escribí porque necesitaba hacerlo…

LOA: Y después llega la revista Ventana Abierta…

CB: Sí, donde elaboro en casi diez años más de cien artículos vinculados con la Patagonia. Fue Sergio Di Leo quien me llamó. Y empecé con lo que podía, pero me acuerdo que me cautivaba mucho el tema de las historias de la Patagonia. Un día me encontré de la visita de Saint-Exupéry a Río Gallegos. No lo podía creer. Actualmente me resulta algo conmovedor porque para mí es un escritor extraordinario. Fue un cimbronazo tremendo. De ahí en más, se me ocurrió convertir episodios históricos en artículos de salida mensual. Y lo que hizo Ventana fue extraordinario, además nunca me acortaron el espacio. Hice lo que quise, siempre con trabajo. Probé de todo. Me metí al periodismo gráfico desde la poesía, hice cualquiera. Por ejemplo, un artículo que se llamó “El Día que Próspero Pallazo se Atragantó de …”, que es cuando el aviador se mata en 1936 en Pampa de Salamanca, en las afueras de Comodoro Rivadavia llevando cartas, eso me pareció extraordinario. Un tipo que se mata por llevar cartas, y encima iba César Brugo, en su vuelo de bautismo. Se mata en su primer día de vuelo. Cuántas cosas de esas han sucedido en la Patagonia, miles. Patagonia es un lugar que siempre nos pone a prueba, está lleno de contrastes. Y es un bicho muy pesado. Insisto en que no es humana y que nos rechaza permanentemente con sus vientos, fríos, con sus extensiones que nos producen un estado de ánimo melancólico. Sus grandes cielos que te llaman a la humildad. No puede ser que yo sea tan grande con cielos tan inmensos. Después te ametralla con piedritas en la cara y te va bajando el copete. Acá te vas acostumbrando a estar en el aislamiento, y aceptás el rigor con estoicismo.

LOA: La gente te recuerda mucho por tu trabajo en Ventana Abierta…

CB: En realidad ni se entera que escribo libros, me asocia todavía con la revista. Ahí nací y morí y nada más. Lo de los libros lo saben algunos lectores, que escriben, y escritores. Si no estás en una revista o en un medio masivo, no existís. Y eso lo tengo muy claro, por eso regalo los libros, porque en realidad no son emprendimientos comerciales, no me apoyo en el libro para ganar dinero. Me apoyo en el libro como un hito técnico a ser alcanzado. Por ejemplo, voy a hacer mi primera novela para fin del año que viene. Es un hito técnico que yo alcanzo, no es mi interés vender el ejemplar porque yo no vivo de eso, yo trabajo de otra cosa. Ahora, ¿qué quiero yo? Algún día ganar premios importantes, eso sí me parece interesante. Para eso estudio.

LOA: Pero sos poeta, ¿en eso estamos de acuerdo…?

CB: Sí, porque la poesía atraviesa todos los géneros literarios. Todas las artes. Una pieza musical que no tiene poesía no es nada. Una pieza teatral o novelística que no tiene poesía, no es nada. Es un rejunte de letras. Lo que no tiene poesía no existe.

LOA: A propósito de los hitos y de las obras cuando están a punto de ser culminadas, ¿en qué momento se sabe que llegó el final?

CB: Es un mecanismo, totalmente intuitivo. Además, te das cuenta porque se agota el proceso. Por ejemplo, en este momento, en poesía, quiero elaborar una obra con determinadas características; entonces, trabajo uno, dos o tres años para eso. Es un arte, porque vos sabés cuando dejar de corregirte. En literatura, corregir es un arte adentro del arte literario. Es como regar demasiado una planta o no regarla nunca. Tenés que saber cortar en ciertos lugares y no más que eso. Porque después podés secar el árbol. “¿Cómo lograr eso?”, es la pregunta. Lo más difícil en el arte es entrenarse para tener buen gusto “¿y cómo se logra?” Bien, vos tenés siempre un ojo que te está mirando. Ponés tu ojo encima y te observás. Eso impide que te enamores de alguna parte de tu obra. Porque el enamoramiento, como la vida, lleva al capricho. Por ejemplo, yo tengo quince capítulos para una novela y hay uno que está buenísimo. Pero lo miro detenidamente y resulta que es diferente a los demás. No puede ser que no me dé cuenta. Entonces, lo arrancás de un solo tirón. Acá hay chicos que vienen al taller y se ofenden porque les corrijo los textos. Y eso para mí es tan natural, porque yo no te voy a enseñar ni hacer nada que yo no haya hecho antes conmigo. Y como soy un eterno estudiante, todo el tiempo estoy aprendiendo. Entonces, “¿cómo vos que recién empezás, no vas a dejar que te sea limado el texto?” Además, es hacerle un par de toques y darle la consistencia necesaria. Sin embargo, ellos se ofenden.

LOA: ¿A qué atribuís que eso sea tan común?

CB: El tema es que en una entrevista que le hicieron hace unos años a Carmen Balcells, la más grande editora de habla hispana del hemisferio Occidental, representante de Mario Vargas Llosa y de Carlos Fuentes, decía que el que más se resistía a las correcciones de los textos era el escritor inédito. El que defendía como un león cada coma, cada punto. Los que menos resistían, al contrario, eran los maestros consagrados. ¿Por qué? Bueno, estuve como seis meses pensando qué mierda pasaba. Hasta que me di cuenta…

LOA: Y ahí Carlos dio un ejemplo muy ilustrativo, que bien vale dejarlo aparte, como en un cuadrito…

EL NÁUFRAGO

CB: “Un náufrago está en medio del océano Pacífico y en una tabla, mientras un turista de clase media alta está fumando su cigarrillo y con una copa de champagne mira el mar desde un trasatlántico supermoderno. De repente, al turista, el viento le vuela el sombrero y se le cae al mar ¿Qué pasa? Como mucho lo comentará, se reirá con el compañero o sonreirá para sí mismo. Es sólo un sombrero que se lo llevó el mar. Ahora, si yo al náufrago trato de sacarle un pedazo de la tabla en la que va navegando, ¿qué hace? Seguramente me muerde la oreja y me la come. Entonces, creo que tiene que ver con eso. El náufrago, o el escritor que recién comienza, lo único que tiene es ese texto. Ese texto es la diferencia en que pierda la serenidad o la gane. El otro va en ese trasatlántico, ¡qué le importa! Puede quedarse hasta desnudo, perder la cuenta bancaria, no importa que le roben la chequera”.

LOA: Pero estás hablando de autores aburguesados…

CB: No sé, porque no sé si tiene que ver con el aburguesamiento. Creo que tiene que ver con que uno empieza en este oficio a probarse cosas a uno mismo. “¿Cuántas cosas se probó Mario Vargas Llosa a sí mismo?” Miles. “¿Cuántas cosas se prueba un escritor que recién comienza?” Nada. No se probó ninguna porque tiene un hambre de éxito tremendo. De ganar un pequeño premio, de editar su primer libro. Por eso es tan importante la selección Mi Primer Libro en Río Gallegos. Es muy importante porque vamos a ver esas consecuencias dentro de diez años. Mi primer libro es una obra maestra, creo que está concebida por Pablo Lorenzo, Carlos Pérez y llevada adelante por gestión de Sergio Di Leo, todos tipos que han colaborado con la comunidad tremendamente.

LOA: De ahí se desprende Sábanas de Viento, de Jorge Curinao, entre otros autores jóvenes...

CB: Y en estas mesas trabajamos sus poemas con Jorge. Traía un tronco poético que venía de la corriente de Mario Benedetti y otro de Alejandra Pizarnik, que era lo interesante que traía. Yo le dije que a ese material había que hacerle un par de toques, prácticamente como editor te estoy hablando, y ya está. Hacía 15 años que escribía y no se lo había mostrado nunca a nadie. Y no sé por qué tuvo la confianza de mostrarme los textos. Yo no hice nada, en realidad le di confianza para que se presente. Y Jorge salió adelante. Bueno, Jorge es un poeta extraordinario, que va a dar mucho que hablar en unos años, que representa un sector que no tuvo voz literaria en Río Gallegos hasta que apareció. Él representa al trabajador, al obrero, al hombre y al chico de barrio, de rock. Al militante político. Jorge es muchas cosas. No sabés el libro nuevo que está haciendo, es una cosa extraordinaria. Está todavía mucho más crecido. El tipo cuenta cosas de la noche, de la desesperación, ve belleza en medio de las tinieblas, va a ser un gran poeta ese muchacho. Y yo tengo la enorme satisfacción de compartir este taller hasta con amigos. Acá se hacen todos los géneros, acá la gente viene cuando quiere. Le doy todo lo que conozco y lo que sé y ayudo en todo lo que puedo. Si terminamos un libro y estamos seis meses trabajando codo a codo, llamo por teléfono, mando mails, me voy a entrevistar con alguien para que ese libro se publique. Y por ahí no lo hago por mi, lo hago por mis alumnos, por mis amigos.

LOA: ¿Qué es lo que te preocupa de Río Gallegos?

CB: Una cosa que me preocupa sobremanera es cómo Río Gallegos, que es una comunidad atravesada por el conflicto de ser patagónica -o sea con toda esa carga existencial que tiene vivir acá-, está siendo atravesada por la globalización y el capitalismo salvaje. El ser humano ha sido reducido a su mínima expresión, a consumidor. Un ser humano, algo tan complejo como un ser humano, reducido a consumidor. En una entidad pasiva que cuando tiene dinero puede adquirir bienes de consumo. Y eso no es lo mismo que pase en Río de Janeiro a que pase en Río Gallegos. La inmigración que ha venido con toda una fantasía. Estamos viviendo tiroteos en la calle, descuartizadores. Río Gallegos está en un momento de una gran tensión social. Es la tensión de todas las comunidades que están muy vivas, la tensión de una comunidad en crecimiento. Si estuviera estancada, dicen los que saben, que las grandes obras literarias son creadas en la resistencia e indiferencia social. Río Gallegos está muy jodido para vivir pero muy interesante para producir arte.

LOA: ¿Cómo definirías a Río Gallegos?

CB: La Nave de la Inmensidad es un libro que lo hice para definir a Río Gallegos. Tiene formato de novela, es un ensayo histórico, pero con lenguaje poético. Es un híbrido, material cultural del siglo XXI, en el tiempo de las mezclas. En las últimas páginas planteo que Río Gallegos es una ciudad “iniciática”, te puede iniciar en lo malo o en lo bueno…

LOA: ¿Acaso no toda ciudad tiene eso…?

CB: Eso me lo planteaba una psicopedagoga de Corrientes. Me decía que todas las ciudades tienen eso. Y se lo discuto, no. Viví en otros lados y nunca nada como Río Gallegos. Son dos años de adaptación tremendos y en Río Gallegos sos puesto a prueba. Te miden, te podés suicidar, podés degenerarte, volverte loco. Y si pasaste ese pasillo de prueba, salís como el hombre o la mujer nueva. Salís con una autoestima tremenda. Acá nadie te da bola. Acá nadie se mete en la vida de los demás. Pero eso sí, tenés que encontrar un desafío, tener algo para hacer, de lo contrario estás frito.

LOA: ¿El mejor libro que leíste?

CB: El que me emociona mucho, llevaría a una isla desierta y que cuando estoy desesperado leo para que me guíe es “El Profeta”, de Kalhil Gibrán. Es un material y libro al que recurro cuando estoy desesperado. “El Profeta” es un texto esotérico, que tiene contenidos ocultos y con muchas texturas. Te habla de la tristeza, y vos leés una, dos y hasta entrelíneas y encontrás que tiene cuatro o cinco capas más. No me da la cabeza para entender lo que hay ahí. Es un libro sobre el cual dicen “qué linda escritura tiene”. No es un libro de poesía, te enseña a comprender el universo y a situarte. Porque no hay escuelas de conocimientos públicas, nadie dice, por ejemplo, qué pasa después de la muerte, antes del nacimiento, para qué estamos acá, cuál es el propósito final de todo esto. Si lo dicen las escuelas de conocimiento, esas no están en todos lados. Estamos hablando de los rosacruces, de los masones, pero, hay que ir a esas escuelas. El Profeta no sólo tiene estos conocimientos, sino que es una obra poéticamente perfecta.

LOA: ¿Hay libros que te parecieron buenos alguna vez pero que después todo lo contrario?

CB: Aún los libros mal escritos tienen una frase extraordinaria, eso siempre lo vi. Además, soy un tipo que se mete en las librerías y después de una hora ya estoy arrodillado en las mesas. Leo hasta los pedazos de libros rotos. Acá trato de salvar todo lo que puedo. El texto escrito siempre está esperando una cabeza en donde hacer encastre. Puede haber una frase que para uno es mala y no significa nada, pero viene un lector y esa frase la acomoda ahí donde algo venía desordenado.

LOA: ¿Hasta qué punto tu amor por los libros?

CB: Hasta la enfermedad. Tengo una casa chiquita, pero con ventanales grandes. A mí me gusta la luz, entonces abro las cortinas y ventanas. Vivo en un barrio y cada tanto pasa, dos veces al año diría, que golpean a la puerta pensando que es una librería. Es que tengo libros de piso a techo y por ahí no he tenido ni qué comer pero sigo trayendo libros. Mi mujer me reta. Para mí el libro no es material de lujo, es como para un carpintero una buena escofina, un buen formón. Y puede haber un libro muy ajado y roto pero único, por la edición, por el contenido, por el autor. Puede haber libros…

LOA: Que mientras vivas serán irremplazables…

CB: Claro, sí. Hasta que haya un lector…

LOA: Hablar con Carlos Besoaín es un ejercicio sanador y atractivo. Dueño de una pasividad envidiable, cuando él habla, el silencio se apodera de los espacios.
“¿A quién le habla Besoaín?” Preguntó esa tarde el poema huérfano.