martes, 17 de julio de 2012

Del hueso al poema. Una lectura de Cactus, de Jorge Curinao

La poesía de Jorge Curinao es un cuerpo que ha sido marcado y herido por el dolor, que ha traspasado su propio límite. Esos límites son las certezas de todos: la muerte, el amor, la soledad, el dolor. Cuerpo que va y viene de la muerte a la vida, de la niñez a la muerte, de los sueños a la realidad, del mar a la orilla, de la orilla al mar.
Como un viajero del tiempo, el cuerpo del yo poético lacerado camina y adopta las formas de cada cuerpo que se encuentra al límite. Vence todas las muertes y es en este sentido que revierte los significados. Corroe y rumea el hueso hasta sacarle el jugo nuevo. Hace del hueso un poema.
La presente comunicación se propone un recorrido por Cactus, de Jorge Curinao, que permita mostrar los mecanismos retóricos con los que se construyen esas metamorfosis corpóreas para proponer, en definitiva, una lectura política del presente.

1- “Toda mi carne es un canto al desamparo”

La construcción del yo poético en Cactus, de Jorge Curinao implica un proceso que se perpetúa en las etapas previas al nacimiento de un cuerpo que, de manera trashumante, irá adoptando otras corporeidades que en definitiva son él mismo. Este proceso es ajeno a cualquier orden espacio temporal que escape del cosmos del poeta; no hay terminalidades ni inicios absolutos:

“Como en una caída / perpetuada antes de nacer / me pierdo” (“Adentro”, p. 38).

Quien dice o escribe “yo”, dice y escribe del otro no sólo en términos especulares de una otredad exterior e ideológicamente diferente, sino de una alteridad constitutiva al ego. La dimensión sociológica de la escritura del yo dice que al hablar se construye necesariamente a los Otros, y es esto lo que permite al yo su inscripción discursiva en una dimensión sociológica e ideológica. En el campo poético de Cactus ese cuerpo en formación, ese yo, no sólo incluye una corporeidad social sino que la dimensión psicológica se retroalimenta de un cuerpo físico en tanto cuerpo colectivo. En este sentido, entonces, comienza el proceso de situarse en un acto de enunciación que es manejado en dos planos: uno de ellos, de una realidad referenciada en el texto, y el otro, un plano paralelo signado desde la construcción onírica; dinámicos e intercambiables, que de modo especular permiten al yo transitar entre ambos. En ese tránsito se cosechan las palabras, las imágenes, que el poeta desdobla para elaborar el canto. El poema es el producto que refleja las distintas existencias:

Voz caída en el espanto / cuando el agua tiembla / y mi boca se llena de palabras (“Poema”, p. 25)

La evocación de la voz como caída señala el paralelismo entre la caída del yo y el nacimiento; es decir que “caer la voz” es hacer nacer al poeta. El agua es progenitura que tiembla y entonces da vida. Del mismo modo en que esa voz se transforma en imágenes (y, por lo tanto, en poema) “caer en el espanto” porta la idea implícita del grito, dejando abierta una posible interpretación de lectura de lo social, y con ello la de un yo imbricado en la voluntad de ser el eco de una voz colectiva pero que no llega sin embargo a concretarse plenamente como una poesía social.

2- “Yo habito detrás de los sueños”

El mecanismo discursivo privilegiado en la definición de esas dos dimensiones paralelas es la construcción de un espacio onírico; del mismo modo en que el poeta nace a la existencia referenciada en el cuerpo-texto, hay otro nacimiento en esa realidad del sueño. Los espacios que conforman este cosmos, serán espacios oscuros y poblados de sombras:

 “el mundo es un cementerio en llamas” (Oración, p. 21).

Sostiene Ana Rodríguez Francia (2003:356), respecto de la poética del sueño, que es una “posibilidad de solución: salto hacia el mundo del sueño donde “todo sucede”: caída inevitable desde la realidad exterior a la realidad del sueño, ante el enfrentamiento de realidades incompatibles”. En este ámbito, el cuerpo ya nacido comienza a metamorfosearse en otras corporeidades. En este sentido, el poeta comienza siendo un primer hombre que nombra, crea y da vida. Recorre el espacio referenciado en el cuerpo texto, terrible y agobiante. El dolor traspasa el cuerpo lacerado en ese espacio de ensoñación, y desde allí enuncia. La palabra, sin embargo, no trae tranquilidad; la enunciación en el sueño no genera calma, sino la fuerza de un poema que pone en evidencia esa laceración. En Cactus no sólo “todo sucede” en esa esfera de ensoñación, sino que todo es posible de ser concebido o transformado. Quizás sea ésa la razón del decir poético: una voz.

… Yo habito detrás de los sueños / (…) / Así nombro, doy fuerzas, / con formas y sonidos, / a mis pequeños difuntos / que ruedan grises en la almohada… (“Metamorfosis”)

La apropiación de otras corporeidades por parte de la voz poética no es un hecho automático, irreflexivo ni azaroso, sino que es el resultado de un proceso que permite in-corporar esa angustia a la vez que lo obliga a escribir.

… Esta angustia (…) / me toca el alma / yo nunca hice daño / no maté a nadie / no aprendí a gritar la rabia de lo que nace / / y aún soy un hombre / una criatura infeliz que sueña violentamente la esperanza…

Dentro de la esfera del deber ser, el yo poético se sabe un hombre distinto de otros, rostros que no fue y que sin embargo debe acostumbrarse a encontrar en un contexto que le es inhóspito. Las preguntas y dudas acerca de sus debilidades y temores generan esa angustia y esa tristeza a pesar de que sabe que esa realidad es el tránsito necesario. Y a pesar de esto, él se constituye en un cuerpo doliente que busca recorrer el “otro” camino, soñando la esperanza pero de manera violenta.
La idea primera del agua como bálsamo del nacimiento se transforma ahora en un mar que lo hace enfrentarse a sí mismo y a su interioridad y a la de los rostros de los que se apropió:

…El mar se mueve adentro / soy el que te sonríe desde un ataúd… (“Espejos”)

La tensión adentro / afuera requiere del sujeto un posicionamiento en el espacio de la acción que le permita delimitarse. Desde allí observa los mundos, las realidades y las enumera: “la corbata y el ahorcado”, “el que no sabe pedir ayuda y se prefiere puñal”, “los niños atando sogas”. Es una mirada panóptica que permite decir sobre las realidades invisibilizadas y silenciadas. El final de la noche es el límite y el ritual en el que confluyen todos los extremos: la vida y la muerte.

“La muerte se sienta al lado/ y me dice/ te ves como recién nacido” (“Hechizo”)

Como espacio límite se quiebra, estallando en el interior del poeta que, desnudo, sabe que debe seguir transitando. La vida lleva inexorablemente a la muerte, y de la muerte engendrará vida: la poesía. Nuevamente el círculo, la voz en caída, “el arte de los náufragos/ (que) consiste en dar vuelta el sentido de las cosas” (“Tributo”)

3- ¿Qué hace la memoria / cuando todos duermen?

Los planos temporales del pasado, el presente y el futuro suelen llegar a realizarse de manera simultánea en algunos puntos. En el punto medio, entre los extremos, la memoria. Esta memoria no almacena, es un privilegio que lo constituye en un presente que le abre interrogantes y desde allí sigue su enunciación. Busca vencer el tiempo y evoca a todos los rostros que ya ha visto, que ha incorporado o no pudo asimilar. Esa evocación es un llamamiento a fin de sanar su propia llaga:

“cuando todo esto suceda / ellos/ los que siempre me hacen falta/vencerán las dudas/ que es como vencer al tiempo” (“Sanación”)

En Cactus, el poeta se desplaza y avanza no en un mundo que se le figura un cementerio, sino en un cementerio que se pretende un mundo. Es un sujeto poético que se constituye como sujeto de y con la memoria que lo obliga a decir, a declamar que no hay hitos que lo sitúen un espacio y allí quede como se pensaría de un cactus. Por el contrario la memoria es la mácula que lleva y deja huellas en un camino que a veces se le torna imposible de transitar y pretende salvar con un plano de ensoñación. Cuando no puede lograrlo, carga nuevamente con sus muertos y reza:

“Tan lejos,/con tantos siglos en soledad/ mejor así/ con mis perros desolados/ con mis ojos hambrientos/ el dolor puro no podrá ser compartido/ demasiadas preguntas/ sólo sirvieron para agrandar el error” (“Adios”)

Conclusiones

La poesía de Jorge Curinao es una experiencia que se transita. Interpela al lector y en esa interpelación actualiza el texto poético.
El yo poético trashumante, cuerpo configurado con otros cuerpos aprende a recibirlos y hacerlos su carne para desde allí intentar superar el dolor que cada mácula le inscribe en la piel. Desnudo y doliente se interroga acerca de la vida propia y de las ajenas, las observa, las vive y las sufre. Genera el dolor como el sentimiento culmine que es en definitiva el móvil de su escritura, se lame y lame las palabras construyendo poesía:

“Del hueso al poema /del cielo al infierno/ del cielo del infierno/ al hueso del poema” (“Ensayo sobre la poesía”)

Alejandra Costantini - Patricia Vega
Río Gallegos, Noviembre de 2011
Jornadas de Hermenéutica UARG UNPA