jueves, 3 de enero de 2013

Dicen que la patria de uno es la infancia. La mía fue una infancia feliz. Me la pasaba todo el día jugando a la pelota, leía El Gráfico y miraba partidos de todas partes del mundo. La libertad que sentía en aquellos días sólo la comparo con la libertad que experimento al escribir, al escribir poesía. Eso sí, nunca me pude “profesionalizar”. Siempre fui un jugador de barrio, con sus códigos y sus decepciones. Con la poesía me pasa algo parecido. Hasta me atrevería a decir que es una bendición tener un poco de salud y un tiempo para poder escribir. Igual, si la vida fuera un partido de fútbol, hoy creo que estaría bajo los tres palos.