miércoles, 1 de marzo de 2017

La última noche de trabajo en el bowling recibí uno de los regalos más especiales: un pequeño frasco con agua bendita. “Ahora que te vas a trabajar de mañana la vas a necesitar. Es para que te cuide” me dijo el querido Juancito, compañero de tantas quincenas insufribles. Esa fue nuestra última charla; tomamos unos mates y luego nos pusimos a trabajar. Terminamos el turno, limpiamos las canchas y nos despedimos como siempre, con un abrazo. No sé cuánto tiempo ha pasado de aquella noche; lo cierto es que nunca volví a tener un compañero a la altura de Juancito, el pibe tigre del barrio Evita.