La chica que atiende en la Martín Fierro me contó que,
en estos últimos 3 años, se habían vendido varios de mis libros. Me dijo que
fuera al otro día para hacerme el pago correspondiente. Contento con la buena nueva, me fui a tomar un helado de calafate a la confitería más linda del lejano oeste. "Aguantá, gordito best seller", me dije para mis adentros.