En esos años, sentía mucho vacío. Mi hermano se había ido de este mundo con apenas treinta años y nunca lo pude aceptar. Me la pasaba llorando y escribiendo. Solía quedarme en el cementerio, escuchando música, nuestra música. Leía su nombre en el mío, en sus dos fechas, limpiaba las flores, cambiaba sus fotos, miraba el cielo. Luego eso
pasó, de a poco. Mi madre y mis sobrinos me dieron fuerzas para no caer. Para
no dejarme estar. Debe ser por eso que soy así: amo
mi tranquilidad, me gusta estar en familia, pasear junto a mi chica por la bahía. De a poco, voy acomodando mi sonrisa.