viernes, 3 de septiembre de 2021

El 2005 fue uno de los años más difíciles de mi vida. Mi hermano se estaba yendo de este mundo y no podía hacer nada por él. Nuestras últimas charlas fueron muy tristes, con nuestras heridas a flor de piel. Esa impotencia será un dolor que me acompañará hasta mi último día. Escribí mi primer libro así, con esa incertidumbre, con ese nudo en la garganta. La única distracción que tenía era, cuando salía del trabajo, pasar un rato a mirar videos musicales al ciber. Había uno de Coldplay que me volaba la cabeza (ese en el que el cantante camina sobre la orilla del mar). No sé porqué, pero me relajaba un montón ver eso: un tipo caminando solo en la orilla y cantándole a la cámara, al mundo, a la nada misma. Al final, él se va para un lado, la cámara para otro y comienza a amanecer. Después de 5 o 6 horas saltando, acomodando palos de bowling, era lo más sanador que me podía pasar. Un psicólogo me diría que el mar, por la desaparición de mi padre, tiene una connotación negativa en mi vida, en mi poesía. Lo mismo con el viento. No sé, ahora quiero cerrar los ojos y agradecer cada minuto. De alguna manera, me siento un sobreviviente. La música suele hacerme bien.