lunes, 28 de febrero de 2022

En mis primeros años de trabajo, hasta que compré mi primer autito, la bicicleta fue mi medio de transporte (el más barato y que no envenena el aire, diría Eduardo Galeano). Tengo recuerdos muy bellos de volver zigzagueando por la avenida principal, a las 2 hs de la mañana, el horario en que terminaba mi turno y empezaba la vida. El zigzagueo era un juego con mi sombra. 
A esa hora solo los perros andaban por la calle, quizás por eso están tan presentes en mis poemas. Esos bravos muchachitos me enseñaron que el último gesto de la noche quiere huesos.
Hace unos meses volví a subirme a una bici y empecé a cumplir una rutina diaria. Ahora sí puedo hablar del placer de andar en bici. Todos los poetas uníos del mundo deberían darse el lujo de pedalear contra el viento en una ciudad como Río Gallegos. 

NOTA. La fotografía la tomé el viernes 4 de febrero, camino a la Virgencita.