domingo, 25 de septiembre de 2022

Buenos Aires, martes 6 de mayo de 2008. Montevideo 980, departamento C del séptimo piso, barrio de Recoleta. Voy camino al silencio, al lugar donde vivió Alejandra Pizarnik sus últimos 3 años. Tan lejos, tan cerca. Tantos años pensando en ella. Tantos días oscuros. No hay placa, ni recordatorio. Mejor así - pienso. De aquí se fue la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Aquí escribió. Aquí trabajó. En su Olivetti, en su mesa verde, en su pizarra. Aquí sus discos y sus libros. Aquí sus muñecas. Hablo con personas que dicen haberla conocido. Desconfío. ¿Habrá existido alguna vez? Busco. Pregunto. En el bar El Cisne no creen la historia que les cuento. Los mozos sonríen. Nadie la conoce. Hablo con el dueño y me invita a ir el fin de semana. Se juntan poetas – me dice. No me interesa. 

Quiero entrar, pero me da miedo. La contemplo desde abajo. Tomo una y otra foto. Voy y vuelvo. Sigo mi recorrido. Voy hasta el local de la Sociedad Argentina de Escritores, en Uruguay 1371, donde sus amigos despidieron sus restos. Al entrar me recibe una señora. Le digo que vengo del Sur, de Río Gallegos. Le pido entrar un rato. Me dice que pase. Me lleva al segundo piso. El lugar es diminuto. Respiro hondo. Quiero llorar. Al bajar, la misma mujer me habla de Alejandra. Me tiemblan las piernas. Le dejo un libro de regalo y salgo a la calle. Vuelvo a respirar hondo.