lunes, 5 de diciembre de 2022

No suele hablar mucho, pero cada vez que lo hace es certero, va al hueso. No suele vender humo. Cada vez que hace un gol, alza las manos al cielo y piensa en su abuela, la mamá de su mamá, la primera que lo llevó al potrero, a los cinco años. Esa tarde se sacó de encima a unos cuantos rivales e hizo un gol, similar al que hizo ante Australia. Sus manos, que siempre apuntan al cielo, ahora escriben una carta de agradecimiento. Mantienen vivo el recuerdo de Celia, su abuela.