Era un domingo ventoso, solitario. Qué motor tiene, me preguntaste, mientras manejabas. Te contesté, y ambos reímos. Entramos al santuario de San Expedito y nos quedamos ahí, sentados, cada uno con sus oraciones. Te convidé un mate, de esos que tanto te gustaban. En el umbral, una familia almorzaba, la saludamos y luego subimos hasta la virgencita, tomados de la mano. Le pedimos a una chica que nos hiciera una fotografía. Miramos el río, el cielo caer. Los coirones perfumaban el aire, el desierto pasaba entre canciones de Cerati.