viernes, 20 de noviembre de 2009

TRANSFIGURACIÓN

He llorado.
Yo iba presto con mis agujas y mis lanzas, mis microscopios y mis mapas, mis picaportes y mi cohetería, mis palas y mis lápices, mis lupas y megáfonos, yo iba presto a auscultar esta poesía, a deshuesarla corriéndole la carne a los costados para verle la luz, el fulgor que se trasluce en la piel de estos poemas. Y salí conmovido. Esta poesía me transformó en lector maravillado.
Me he sumido en arduas reflexiones, preguntándome qué pudo haber sucedido. Y me dije: “Se ha producido la transfiguración”. La transfiguración que cada poeta debe ir haciendo consigo mismo para ir al ritmo de la Poesía, y que, en este caso, con Jorge, viene acelerándose.
Cuando ambos auscultamos sus antiguos versos, habíamos descubierto un tono de intimidad, de confesión con el lector, pero esa intimidad quedaba, casi siempre, a medio camino, ya que esa confesión era tapada, encriptada, encapsulada en cada poema, por timidez o miedo, por muchos años de estar produciendo en soledad, tal vez, inseguro de sí mismo, sin lectores que reciban el canto, el mensaje, recorriendo el territorio a ciegas, sin la luz momentánea que proporciona una edición. Casi todo poema resultaba en enigmática adivinanza, de lenguaje pulido, elegante y bien trabajado sí, pero cuyo significado sólo el poeta conocía: adivinanzas para sí mismo. Y el lector podía quedar impávido ante estas perfectas flores que no se terminaban de abrir a la vida. Pero ahora esos botones flor son más deslumbrantes que antes y están tan abiertos como una mujer desplegando sus alas para dar el hijo.
En esta transfiguración exitosa hay valentía. El poeta se sabe monje-instrumento de la obra. Si el poeta es ineficaz no crece y no permite el ascenso de la Poesía que lo habita a superficie, tiene taras y éstas entorpecen su galope y el fulgor de sus cantares, y sus alabanzas y navajas están dichas entre dientes o desafiladas. Entonces el poeta, que odia los espejos —río de aguas puras siempre desigual, porque muestra formas transitorias— se mira y ve las fealdades, los terrores y se yergue y se levanta y se extrae las miserias como si de veneno en las heridas se tratase, y se mejora para volverse canto, un canto que abre esas flores nocturnas al ancho, peligroso y deslumbrante mundo.
Ya no hay más enigmas que dejen su significado a mitad de camino. Ahora, usando la palabra exacta, el pájaro en su canto nos habla de la fragilidad del pájaro, antes que llegue el alba del día perpetuamente prometido. Ahora hay poesía. Y todos, poeta, poema, lector y mundo son el mismísimo signo de pregunta, el signo que subyace en todos y en cada uno de los días.


Carlos Besoaín