Aquella vez se presentaron algo así como 18 trabajos al
concurso. Por alguna razón, me tenía fe. Después de muchos años había
encontrado una forma nueva en mis poemas: la forma breve. Por esas cosas, la
poesía me sana el alma. Encontrar una forma nueva siempre me dio felicidad,
como si un camino nuevo se abriera, como esas hojas que se abren en la noche. Y no hablo de una publicación ni de la aprobación social, sino de lo que genera la poesía en mí. Hay una fuerza ahí que es indescriptible. Y eso me pasaba en el bowling, por eso escribía tanto en las paredes. Esas eran las verdaderas cuevas de las manos.
Pienso ahora que ese trabajo, el más marginal de todos, era
un espacio de libertad también. Si uno no se la cree o no se hace fuerte en
esos lugares está frito. Por eso me tenía tanta fe. Cuando el cuerpo me daba respiro, me daba una vuelta por la Plaza San Martín y ahí me quedaba, respirando un poco de silencio. El trabajo nocturno y los ruidos de los palos al golpear las bochas no se parecían en nada al paraíso.
Haber sido seleccionado en ese concurso me cambió la vida
para siempre. Sería imposible mencionar cada una de las cosas que me fueron
sucediendo a partir de ese día. El trabajo con los niños, mi casita, el amor a las cosas que hago.
Agradezco con el alma cada uno de los gestos, cada lectura,
cada encuentro.
NOTA. A modo de festejo, les comparto algunas lecturas y entrevistas que he
ido subiendo a Youtube:
https://www.youtube.com/channel/UCAS1x1e0WhM7Axw7Sqg5kjw/videos