La última noche de trabajo en el bowling recibí uno de los
regalos más especiales: un pequeño frasco con agua bendita. “Ahora que te vas a
trabajar de mañana, la vas a necesitar. Es para que te cuide” me dijo el
querido Juancito, compañero de tantas quincenas insufribles.
Esa fue nuestra última charla; tomamos unos mates y luego
nos pusimos a trabajar. Terminamos el turno, limpiamos las canchas y nos
despedimos como siempre, con un abrazo. No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquella noche. Nunca volví a tener un compañero a la altura de
Juancito, el pibe tigre del barrio Evita.